Hace algunos veranos un grupo de asnales motoqueros emprendieron un viaje desde Carolina del Norte hasta Florida bordeando las costas del Océano Atlántico. Roturas de vidrios, peleas en bares, algunos robos a ancianas y abusos a una mujer de cuarenta y a otra de cincuenta años, fue el saldo de cuatro días sobre las distintas carreteras estatales.
Cuando llegaron a Miami Beach se quitaron las camperas, pantalones y botas de cuero para meterse solo con sus brillantes cadenas en el mar. En el momento en que el cielo cambió de naranja a azul oscuro encendieron los motores y se marcharon nuevamente hacia el sur.
Semanas después, las principales radios del Distrito Federal de México anunciaban que una pandilla de motos había ocasionado más de un centenar de desmanes y que eran intensamente buscados por la policía local
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